Skip to content Skip to footer
what we do

We strive for faithful life & well-being

what we do

We strive for faithful life & well-being

La obra de Cristo continúa con el discipulado, el llamamiento más grande en formar obreros y enviarlos a continuar le mismo ciclo, estando todos llamados a ser parte de esta obra siguiendo los pasos del Maestro como lo indica 1 de Pedro 2:21.

David Silva
Hermano

L

os seguidores de Cristo, al escuchar cada palabra y al observar sus obras se preparaban para instruir a otros, siendo el discipulado un mandato de Jesús para dar a conocer el mensaje de la Cruz el cual tiene los principios de la Fe Cristiana.

Jesús desde temprana edad, tenía claro que debía estar incursionado en lo que Él llamó “los negocios de mi Padre”, es decir estar involucrados con la obra que Él nos ha encomendado (Lucas 2:48-49).

Así que, El Señor Jesucristo es la Piedra Principal de este proceso de dar y recibir para ampliar el Reino de Dios en hacer Discípulos. Jesús practicó esto en llamar, exhortar y formar a sus seguidores tal y como Mateo 4:18-22 lo indica cuando andaba en Galilea y vio a dos hermanos allí y les dice “venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres”, más adelante, Jesús selecciona a sus 12 Discípulos formalmente (Lucas 6:12-16, Lucas 9:1-6, Mateo 10:1-15), a continuación esta cifra va en aumento dando instrucción ejemplar y mostrando principios Eternos en Las Escrituras también enseñando obediencia al Padre.

Ser Discípulo de Cristo es ser pescadores de hombres tal y como estos primeros seguidores lo demostraron, dejando de lado sus redes y siguiendo al Maestro.

Luego Juan el Bautista sumaba seguidores con el mensaje de arrepentimiento, así como Andrés y sus amigos escucharon de Juan hablar de Jesús como el Cordero de Dios, ellos anunciaron a otros de las Maravillas de Dios y esto ha cobrado fuerza hasta la actualidad.

Las palabras discípulo, discipulado y disciplina contienen un mismo origen de los términos en Hebreo ‘yasar’ y ‘musar’, y en Griego ‘paideia’ y ‘paidein’ los cuales se traducen como ‘disciplina’ y ‘corregir’.

Un discípulo toma el lugar de un aprendiz en seguir una enseñanza particular y aplicarla según las instrucciones recibidas dentro de un proceso cíclico y vivencial para luego enseñar a otros de lo mismo y así va progresando, Los discípulos del Señor reciben sus enseñanzas basadas en La Palabra y así tener vidas ordenadas sometidas a las enseñanzas divinas, siendo un Cristiano genuino. El Evangelio es un conjunto de instrucciones que preparan a los Discípulos en reflejar a Cristo dando Testimonio de Él en santidad constante, lo cual demuestra un costo en seguirlo como lo indica Lucas 9:23-24, lo cual implica dejar de lado los preceptos y planes personales y amar al Señor por encima de todo en Obediencia, lealtad y compromiso.

De manera que, debemos Discipular a quienes están recién comenzando en el andar de la Fe, por medio de la enseñanza de Las Escrituras para que puedan vivir bajo los mandamientos morales y Espirituales de Dios, resaltando que este es un proceso que tiene su tiempo determinado en crecimiento y madurez Espiritual a medida de que lo apliquemos en eventos varios como los Cultos o eventos otros relacionados con la actividad Eclesial donde implique unidad e integridad con ellos siempre Honrando a Dios, esto se debe llevar a cabo al ser un acto claro de Obediencia de cada Creyente Nacido de Nuevo, dando a conocer a Dios en sus tres Manifestaciones, Padre, Hijo y Espíritu Santo, siendo Cristo el único camino, La Verdad y la Vida, y por consiguiente, formar a los nuevos en la fe para toda buena obra y continuar con este mandamiento del Señor.

En el Edén, Dios da instrucciones al varón para realizar sus labores para vivir, pero el enemigo o la serpiente lo ha engañado y el hombre quebrantado el mandamiento de Dios, lo cual causa la muerte y maldición sobre la humanidad, la serpiente es sentenciada y en esta forma Dios anuncia por primera vez al Mesías para redención por medio de la Mujer (Eva). De esta forma es como se presenta la primera promesa de Salvación anunciando la victoria sobre el mal y la restauración del hombre (Génesis 3:15-16).

Dios de inmediato ideó el plan de Salvación por su gran amor sacrificando a su Hijo Unigénito y adoptarnos como sus hijos, pensó en el Sacrificio de quien más amaba, a Jesucristo, el Cordero Inmolado, siendo avergonzado y maltratado en varias maneras e incluso traicionado hasta la muerte en la Cruz, donde derrama su Sangre Divina para limpiar el pecado y hacer el pago completo de todo el pecado, siendo así la única forma de ser recatados y reconciliados ante El Padre.

Toda persona necesita pasar por dos nacimientos, el primero es claramente el natural, como nacemos normalmente todos al salir del vientre de nuestra madre, y segundo, hay un nacimiento y es en el Espíritu, Jesús lo explica cuando conversa con Nicodemo en Juan 3.

Al mencionarse el nacimiento en Agua y Espíritu, el Señor se refiere a un nacimiento de lo alto, indicando que paralelamente es una renovación del corazón y de la naturaleza de la persona al tener este proceso, en otras palabras es una regeneración hecha por el Espíritu Santo en la persona, de esta manera puede acceder a la vida Eterna observando que esto es algo invisible a nuestros ojos naturales, haciendo distinción cuando menciona “lo que es nacido de carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, Espíritu es”, el cuerpo físico muere, pero el alma vive.

Mientras Jesús hablaba con Nicodemo, Él dijo “…De cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Nicodemo le dijo, “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” Jesús contestó, “De cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo…” (Juan 3:3-7).

La frase “nacido de nuevo” literalmente significa “nacido desde arriba.” Nicodemo tenía una necesidad verdadera. Él necesitaba un cambio de corazón – una transformación espiritual. El nuevo nacimiento, el nacer de nuevo, es un acto de Dios por el cual la vida eterna es impartida a la persona que cree (2 de Corintios 5:17; Tito 3:5; 1 de Pedro 1:3; 1 de Juan 2:-29; 1 de Juan 3:9; 1 de Juan 4:7; 1 de Juan 2:1-4, 18). Juan 1:12-13 indican que “el nacer de nuevo” también transmite la idea de “volverse hijo de Dios” al confiar en el nombre de Jesucristo.

 

El mensaje del Reino es Salvación y la redención comienza en Cristo al Nacer de Nuevo, este hecho nos convierte en heredero del Reino que viene en el día indicado por El Padre.

El Nacer de Nuevo por la Fe que Salva, en creer en Dios, experimenta el milagro de La Salvación por La Gracia al enviar Dios a su Hijo a la Cruz viniendo en forma de hombre, esto produce que el Poder sobrenatural del Espíritu Santo entre a vivir en el corazón de la persona Nacida de Nuevo entregando su vida a Cristo quien comienza a Reinar desde adentro. El creer en los hechos históricos de Jesús o verlo a Él desde esa óptica no da ninguna garantía de Salvación ni esperanza a nadie, es vital creer en La Salvación provista por Dios para todo el que en Él Cree, al Nacer de Nuevo, se adquiere una nueva vida, ser nuevas personas y pertenecer a una nueva familia siendo parte del pacto de Gracia y obtener una nueva Esperanza.

El pecado es descrito en la Biblia como la trasgresión a la ley de Dios (1 de Juan 3:4) y rebelión contra Dios (Deuteronomio 9:7; Josué 1:18). El pecado tuvo su origen con Lucifer, el “Lucero, hijo de la mañana”, el más hermoso y poderoso de los ángeles. No contento con ser todo esto, el deseó ser semejante al Dios altísimo, y esa fue su caída y el inicio del pecado (Isaías 14:12-15). Cambiado su nombre a Satanás, él trajo el pecado a la raza humana en el Jardín del Edén, donde tentó a Adán y Eva con la misma seducción – “…seréis como Dios…” Génesis 3 describe su rebelión contra Dios y contra Sus mandamientos. A partir de ese momento, el pecado ha pasado a través de todas las generaciones de la raza humana, y nosotros como descendientes de Adán, hemos heredado el pecado de él. Romanos 5:12 nos dice que a través de Adán, el pecado entró al mundo, así que la muerte pasó a todos los hombres, porque “la paga del pecado es muerte…” (Romanos 6:23).

A través de Adán, la heredada inclinación al pecado entró en la raza humana y los seres humanos se volvieron pecadores por naturaleza. Cuando Adán pecó, su naturaleza interior fue transformada por su pecado de rebelión, acarreándole la muerte espiritual y la depravación, la cual pasaría a todos aquellos que fueran después de él. Los humanos se volvieron pecadores, no porque ellos hayan pecado; ellos pecaron, porque eran pecadores. Esta es la condición conocida como – la herencia del pecado. Así como heredamos características físicas de nuestros padres, así también heredamos nuestra naturaleza pecaminosa de Adán. El rey David lamentaba esta condición de la naturaleza humana caída en el Salmo 51:5 “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre.”

Otro tipo de pecado es el conocido como pecado imputado. Usada tanto en asuntos financieros como legales, la palabra griega traducida como – imputación – significa tomar algo que pertenece a alguien y acreditarlo a la cuenta de otro. Antes que fuera dada la Ley de Moisés, el pecado no era imputado al hombre, sin embargo aun así los hombres eran pecadores porque heredaron el pecado. Después que la Ley fue dada, los pecados cometidos en violación a la Ley fueron imputados (acreditados) a ellos (Romanos 5:13). Aún antes que las transgresiones de la Ley fueran imputadas al hombre, la paga por el pecado (la muerte) continuó reinando (Romanos 5:14). Todos los humanos, desde Adán hasta Moisés, estuvieron sujetos a muerte, no por sus acciones pecaminosas contra la Ley Mosaico (la cual aún no tenían), sino por su propia y heredada naturaleza pecaminosa. Después de Moisés, los humanos estuvieron sujetos a muerte tanto por el pecado heredado de Adán, como por el pecado imputado por violar las leyes de Dios.

Dios usó este principio de imputación para beneficio de la raza humana, cuando Él imputó el pecado de los creyentes a la cuenta de Jesucristo, quien pagó la pena por el pecado (la muerte) en la cruz. Imputando nuestro pecado a Jesús, Dios lo trató como si Él fuera un pecador, aunque Él nunca lo fue, y lo hizo morir por los pecados de todos aquellos que creyeran en Él. Es importante entender que el pecado fue imputado a Él, pero Él no lo heredó de Adán. Él sufrió el pago por el pecado, pero Él nunca fue un pecador. Su naturaleza pura y perfecta no fue tocada por el pecado. Él fue tratado como si hubiera sido culpable de todos los pecados que se han cometido por todos los que creerían, aun cuando Él no cometió ninguno. En cambio, Dios imputó la justicia de Cristo a los creyentes y acreditó a nuestras cuentas Su justicia, al igual que Él le acreditó nuestros pecados a la cuenta de Cristo (2 de Corintios 5:21).

El pecado personal es aquel que es cometido día tras día por el ser humano. Por haber heredado la naturaleza pecaminosa de Adán, cometemos pecados individuales y personales – todos ellos, desde la aparentemente inocente mentirilla, hasta el homicidio. Aquellos que no han puesto su fe en Jesucristo deben pagar el castigo por estos pecados personales, así como por el imputado pecado de herencia. Sin embargo, los creyentes han sido liberados de la condenación eterna del pecado (el infierno y la muerte espiritual). Ahora podemos elegir si cometer o no pecados personales, porque tenemos el poder de resistir al pecado a través del Espíritu Santo que mora dentro de nosotros, santificándonos y dándonos la convicción de nuestros pecados cuando los cometemos (Romanos 8:9-11). Una vez que confesamos nuestros pecados personales a Dios y le pedimos perdón por ellos, somos restaurados a un perfecto compañerismo y comunión con Él. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 de Juan 1:9).

El pecado heredado, el pecado imputado, y el pecado personal – todos han sido crucificados en la cruz de Jesús, “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).

Muchos entienden el término “arrepentimiento” como “volverse del pecado”. Esta no es la definición bíblica del arrepentimiento. En la Biblia, la palabra “arrepentirse” significa “cambiar tu mente.” La Biblia también nos dice que el verdadero arrepentimiento tendrá como resultado un cambio de conducta (Lucas 3:8-14; Hechos 3:19). Hechos 26:20 declara, “sino que anuncié……, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.” La total definición bíblica del arrepentimiento, es cambiar de mentalidad, mismo que resulta en un cambio de acciones y actitudes.

¿Cuál es entonces la conexión entre el arrepentimiento y la salvación? El Libro de Los Hechos parece enfocarse especialmente en el arrepentimiento con respecto a la salvación. (Hechos 2:38; Hechos 3:19; Hechos 11:18; Hechos 17:30; Hechos 20:21; Hechos 26:20). El arrepentimiento, relacionado con la salvación, es cambiar tu parecer respecto a Jesucristo. En el sermón de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos capítulo 2), él concluye con un llamado a la gente a arrepentirse (Hechos 2:38). ¿Arrepentirse de qué? Pedro está llamando a la gente que rechazaba a Jesús (Hechos 2:36), para que cambiaran su idea acerca de Él, que reconocieran que Él es verdaderamente “Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Pedro está exhortando a la gente a cambiar su mentalidad del rechazo a Cristo como el Mesías, a la fe en Él como Mesías y Salvador.

El arrepentimiento y la fe pueden ser entendidos como “dos lados de la misma moneda.” Es imposible poner tu fe en Jesucristo como el Salvador, sin primeramente cambiar tu mentalidad acerca de quién es Él, y lo que Él ha hecho. Ya sea el arrepentirse de un rechazo obstinado, o arrepentirse de ignorancia y desinterés, es un cambio de mentalidad. El arrepentimiento bíblico, en relación con la salvación, es cambiar tu mentalidad del rechazo a Cristo a la fe en Cristo.

Es crucialmente importante que entendamos que el arrepentimiento no es una obra que hagamos para ganar la salvación. Nadie puede arrepentirse y venir a Dios, a menos que Dios atraiga a esa persona hacia Él (Juan 6:44). Hechos 5:31 y Hechos 11:17 indican que el arrepentimiento es algo que da Dios – sólo es posible por Su gracia. Nadie puede arrepentirse a menos que Dios le conceda el arrepentimiento. Toda la salvación, incluyendo el arrepentimiento y la fe, es el resultado de Dios acercándonos, abriendo nuestros ojos, y cambiando nuestros corazones. La paciencia de Dios nos conduce al arrepentimiento (2 de Pedro 3:9), como lo hace Su bondad (Romanos 2:4).

Mientras que el arrepentimiento no es una obra que gana la salvación, el arrepentimiento para salvación da como resultado las obras. Es imposible verdadera y totalmente cambiar tu mentalidad sin que esto cause un cambio en tus actos. En la Biblia, el arrepentimiento resulta en un cambio de conducta. Esto es por lo que Juan el Bautista exhortaba a la gente con estas palabras, “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.” (Mateo 3:8). Una persona que verdaderamente se ha arrepentido de rechazar a Cristo y a la fe en Cristo, lo hará evidente por un cambio en su vida (2 de Corintios 5:17; Gálatas 5:19-23; Santiago 2:14-26). El arrepentimiento, propiamente definido, es necesario para la salvación. El arrepentimiento bíblico es cambiar tu parecer acerca de Jesucristo y volverte a Dios en fe para salvación (Hechos 3:19). Volverse del pecado no es la definición del arrepentimiento, pero es uno de los resultados de la fe genuina basada en el arrepentimiento respecto al Señor Jesucristo.

La palabra “perdonar” significa hacer borrón y cuenta nueva, perdonar, cancelar una deuda. Cuando somos injustos con alguien, buscamos su perdón a fin de restituir la relación. El perdón no es otorgado debido a que la persona merezca ser perdonada. Nadie merece ser perdonado. El perdón es un acto de amor, misericordia y gracia. El perdón es una decisión de no guardar rencor a otra persona, pese a lo que le haya hecho.

La Biblia nos dice que todos necesitamos el perdón de Dios. Todos hemos cometido pecado. Eclesiastés 7:20 declara, “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque.” 1 de Juan 1:8 dice, “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” Todo pecado es a la larga un acto de rebelión en contra de Dios (Salmo 51:4). Como resultado, necesitamos desesperadamente el perdón de Dios. Si nuestros pecados no son perdonados, pasaremos la eternidad sufriendo las consecuencias de nuestros pecados (Mateo 25:46; Juan 3:36).